Velázquez pintó el cuadro hacia 1657, en su etapa de mayor esplendor, para un cliente particular: Pedro de Arce. Como pintor del rey, Velázquez no solía atender encargos privados, pero en este caso hizo una excepción pues Arce era "montero" de Felipe IV, o sea, organizaba sus monterías (jornadas de caza) y, por tanto, tenía ciertas influencias en la corte de Madrid. A principios del siglo XVIII el cuadro pasó a formar parte de las colecciones reales y luego ingresó en el Museo del Prado.
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